Bitácora de cuarentena: ¿Para qué sirve el Ipcva en la pandemia?
La argentinidad ante el espejo uruguayo. En el transcurso de la pandemia han surgido innumerables iniciativas desde el sector productivo para asistir tanto a los sectores más necesitados como a los servicios sanitarios por medio de la compra de respiradores e insumos críticos.

Pero en los últimos días observamos algo particular en Uruguay: la junta directiva del Instituto Nacional de Carnes (Inac) decidió donar al “Fondo Coronavirus” –creado por el presidente oriental Luis Lacalle Pou para financiar los gastos extraordinarios generados por la crisis sanitaria– un monto de 20 millones de dólares proveniente de aportes realizados fundamentalmente por empresarios ganaderos y frigoríficos.
El presidente del Inac, Fernando Mattos, anunció que el instituto transfirió “el monto de dinero más importante de su historia” y aclaró que la donación de ese fondo de reserva se hará sin menoscabo del funcionamiento, plan de inversiones, proyectos y esfuerzo adicional requerido para retomar la actividad luego que pasen los efectos de la pandemia.
El Inac es el equivalente a nuestro Instituto de Promoción de la Carne Vacuna Argentina (Ipcva). ¿Deberíamos esperar una actitud equivalente de este lado del Río de la Plata?
En la Argentina las circunstancias son bastante diferentes a las presentes en Uruguay a pesar de la cercanía cultural presente en ambas naciones.
A casi 19 años de la creación del Ipcva, somos los productores quienes tenemos que salir a explicar que no somos formadores del precio minorista de la carne vacuna, que el valor producido de nuestra actividad surge en un mercado de competencia perfecta en el cual el valor final es el asignado por el consumidor, que los precios nominales de todos los bienes de la economía –incluyendo la carne– van a seguir subiendo debido a la emisión monetaria masiva que está realizando el Estado nacional(cual escalera mágica para sostener el consumo), que pretender explicar los mismos en términos de precios relativos con otros alimentos es una falacia grotesca (ver artículo “Estimados lobistas amateur del agro argentino: no nos defiendan más”), que como productores sería muy fácil echarle la culpa a los restantes eslabones de la cadena y decir que los empresarios frigoríficos y los supermercados la “levantan en pala” aún sabiendo que eso implicaría retroceder a la época de las cavernas en materia de análisis económico dado que no son los costos los que determinan los precios, que las categorías bovinas que se exportan no necesariamente son las que se consumen localmente, etcétera, etcétera, etcétera.
Promoción implica ganar mercados. Construir demanda. Fidelizar consumo. Pero también defender a un sector cuando existe una amenaza tangible pues, indefectiblemente, no se puede promover aquello que no existe debido a la falta de incentivos para producirlo.
Promoción, en un país como la Argentina, implica explicar hasta el cansancio a los consumidores, pero especialmente a los políticos encargados de tomar decisiones, que si uno se pone a toquetear el tablero de control de precios pueden llegar a desaparecer, por arte de magia, más de 10 millones de cabezas bovinas en unos pocos años y que recuperar eso puede llevar varias décadas. Obteniendo el resultado opuesto tanto productores como consumidores con peor nivel de vida.
Pero todas esas actividades que deberían realizarse, ya que aportamos dinero de nuestros propios bolsillos para así se haga, las terminamos ejecutando los productores, los que tenemos la camiseta puesta del campo y del país. Los que no nos rendimos nunca.
Virginia Buyatti Giovanovich. C.P.N. Empresaria ganadera del norte de Santa Fe
Fuente: Valor Soja