BRASIL Y LA SOJA EXPLICAN EL 50% DE LAS EXPORTACIONES ARGENTINAS

Contrariamente a lo que muchos piensan, este segmento de las ventas al exterior contiene significativo valor agregado y uno o dos procesos de industrialización. No hay nada objetable en el complejo.

BRASIL Y LA SOJA EXPLICAN EL 50% DE LAS EXPORTACIONES ARGENTINAS

 

Casi el 50 % del total de exportaciones argentinas se resume en dos palabras, Brasil y soja. Si la diversificación es una de las expresiones de la competitividad de un país, entonces ese parámetro no nos favorece. Una vez constatado el fenómeno, seria un error que la agenda de competitividad/diversificación pase por desalentar las exportaciones a Brasil y/o regular la siembra y comercialización de soja, pues lo que se impone es ayudar a generar las condiciones para el surgimiento y expansión de destinos y actividades alternativos, hoy visiblemente sub-explotados.

Otro error sería minimizar la importancia de esta cuestión, amparados en una lectura complaciente de la situación de la Argentina hoy, que no luce tan mal si se la compara con la crisis de la periferia europea.


 

Las tribulaciones de esos países, justamente, se originan en haber descuidado el factor competitividad en aquellos años en que el acceso al crédito abundante y barato permitía vivir de prestado.


 

Los despachos vinculados al complejo sojero, desde los porotos hasta aceites, pasando por diversos subproductos, representan un cuarto del total de las exportaciones argentinas.


 

Contrariamente a lo que muchos piensan, este segmento de las ventas al exterior contiene significativo valor agregado y uno o dos procesos de industrialización. No hay nada objetable en el complejo. El tema es que, en el último quinquenio, su participación no ha hecho más que aumentar en el total de las exportaciones argentinas, para dejarnos actualmente en un territorio de notoria soja-dependencia. El complejo sojero trepó de 20,8 % a 25,4 % entre 2005 y 2010, cuando se mide su participación en el total de ventas al exterior.


 

Puede pensarse que éste es un mero reflejo de lo ocurrido con las cotizaciones en el mercado mundial. Pero no es así, ya que complejos tan o más beneficiados con la evolución de los precios han tenido una performance mucho menos rutilante. Si observamos lo que ocurrió con el complejo cerealero, que incluye trigo, maíz y derivados, tenemos que en el último quinquenio se mantuvo estancado en torno a 7,5/8 % del total de las exportaciones argentinas. Esto pese a que los precios internacionales de los cereales subieron más que los de la soja.


 

Entre 2005 y 2011, el trigo aumentó 160 % en dólares, el maíz un 224 % y la oleaginosa lo hizo un 125 %.Tampoco el fenómeno se explica por haberse derivado más granos a generar proteínas animales de exportación: el complejo bovino, que incluye carnes y lácteos, cayó de 7,3% a 4,8% en su participación en el total de ventas al exterior entre 2005 y el presente.


 

Obviamente, la soja-dependencia no debe combatirse desalentando el cultivo y la industrialización de la oleaginosa, sino promoviendo actividades alternativas. Por empezar, debería repararse en el hecho que la soja sufre una elevada presión impositiva, pero es la menos afectada en materia de regulaciones y restricciones de exportación cuando se la compara con cereales, carnes y lácteos.


 

De hecho, la retención implícita que enfrentan el trigo y el maíz es más elevada que la retención explícita de la soja. El descuento que castiga a los chacareros locales cuando venden una tonelada de trigo o maíz es cercano al 40% respecto de los precios internacionales de cada cereal, entre 12 y 17 puntos porcentuales por encima de la quita que correspondería por el efecto puro de las retenciones. Ese spread tiene que ver con los cupos y las restricciones a exportar e, inevitablemente, ha generado un efecto desaliento en la producción de estos cultivos. Al no poder seguir la ganadería y los cereales el ritmo de la soja, no se produce sólo un problema de dólares, sino también complicaciones por el lado de las rotaciones, claves para preservar la calidad de las tierras.


 

Un primer paso, entonces, en dirección a superar la soja-dependencia, debería consistir en la normalización del funcionamiento de los mercados de esas actividades alternativas.


 

Veamos ahora la otra palabra clave de la canasta exportadora argentina, el caso de Brasil. El vecino del Mercosur absorbe el 21,6 % del total de ventas al exterior y esa participación puede sumarse a la del complejo sojero, porque éste último opera sobre terceros mercados. Tenemos, entonces, el 47 % del total de exportaciones del país entre ambos segmentos, cuando en 2005 la participación sumada era 36,5 %.


 

¿Qué pasa cuando se consideran no las exportaciones totales, sino sólo la de productos industriales?. En ese caso, Brasil absorbe nada menos que el 43 % de las exportaciones de manufacturas, trepando 13,5 puntos porcentuales desde el 29,5 % que alcanzaba en 2005.


 

Nuevamente, para superar la brasil-dependencia la peor idea sería tratar de restringir el comercio en el Mercosur. Este ámbito es clave para resolver los serios problemas de escala que afectan a un buen número de industrias locales.


 

A diferencia del caso de los cereales, la carne y los lácteos, tampoco bastaría con el simple expediente de eliminar trabas y regulaciones que puedan estar afectando el desenvolvimiento de industrias y destinos alternativos. Se necesita también una agenda por la positiva para ayudar a generar las condiciones para una expansión sostenida de actividades industriales y de exportaciones más allá de Brasil. No debe olvidarse que nuestras exportaciones fabriles al país vecino se han beneficiado del comercio intraindustrial, surgido de la división del trabajo de empresas que tienen inversiones en ambos lados de la frontera.


 

Fuente: Jorge Vasconcelos. Investigador jefe Ieral-Fundación Mediterránea, El Cronista; Cuenca Rural.

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