Le decían que el campo no era negocio, pero apostó a la ganadería y hoy es ejemplo de manejo eficiente
Desoyó los consejos por amor al campo y a los 40 empezó a hacer cría y engorde de manera ejemplar enfocado en la mejora continua. Además, preside la Sociedad Rural de Nogoyá.
“Como dicen de Maradona: el campo es un sentimiento. Me encanta, por eso invierto tanto, todo lo que puedo, no lo cambio por nada”, sostiene el productor Carlos Mihura, contradiciendo el consejo de su padre que ya en su juventud le advertía que no se dedicara a ese negocio “porque no da”.
Será que, como reza el dicho, “la sangre no es agua” y, siendo quinta generación de una familia entrerriana tradicionalmente ganadera, después de haber pasado años trabajando en otro rubro, su incursión en la vida rural lo devolvió a sus raíces y allí se arraigó. Hoy se dedica a la producción ganadera en Nogoyá y lleva adelante un eficiente sistema de cría, recría y engorde sobre campo natural y pasturas que mejora cada año y fue elegido para ser visitado como establecimiento ejemplar en una jornada organizada por el Instituto de Promoción de la Carne Vacuna Argentina (IPCVA) en los primeros días de julio.
Su tatarabuelo, Juan Bautista Mihura, fue un inmigrante español que se instaló en Gualeguay y comenzó a trabajar en un saladero, al que más adelante compró. Un tiempo después, arrendó campos para criar ovejas y de a poco, pudo comprar algunas hectáreas donde dio inicio a la tradición vacuna. El bisabuelo de Carlos se instaló en Nogoyá y siguió el camino ganadero. Y más tarde, su papá adquirió el establecimiento La Colina que todavía pertenece a la familia. “Mi padre contaba que en aquella época se decía: hombres ricos son los que tienen vacas, los que tienen ovejas, no”, recuerda el productor en diálogo con Clarín Rural en suelo entrerriano.
Un repaso a través de las distintas generaciones de los Mihura revela también la evolución de la actividad agropecuaria.
“Mi tatarabuelo y mi bisabuelo decían que compraban una hectárea de campo con dos cosechas de sorgo. Entre las generaciones de mi abuelo y mi papá, en los ‘60, se necesitaban dos novillos gordos para comprar una hectárea de campo. Y ahora, entre mi generación y la de mi hijo, que tiene 25 años, necesitás entre ocho y diez novillos gordos”, señala Carlos.
“Es decir que se nos está poniendo difícil, muestra la caída de la Argentina y la caída de la rentabilidad del campo”, lamenta. Eppur si muove.
No solo el negocio sigue andando sino que Carlos lo eligió y lo sigue eligiendo cada día, porque él no siempre se dedicó a la ganadería. Aunque nació en Nogoyá, a los tres años partió con su familia a vivir en la ciudad de Buenos Aires. Su papá iba cada quince días al campo para ocuparse de la empresa pero finalmente decidió arrendar sus tierras.
Carlos regresó a su ciudad natal a los 20. Por ese entonces, su padre le decía: “No te metas en el campo que no da nunca nada, trabajá en otra cosa porque el campo no da”. Así las cosas, durante 30 años se dedicó a vender madera que traía desde Misiones, Corrientes, Federación y Concordia, con la cual fabricaba molduras y machimbre. Fue recién a sus 40 años, cuando heredó algunas hectáreas que pertenecían a una tía abuela, que emprendió su propio camino como productor rural en el establecimiento La Tacuara.
“A mí siempre me encantó la ganadería, toda la vida, tengo una pasión por la ganadería, así que ni bien heredé el campo compré diez vacas variadas, lo que se conseguía barato. Después fui mejorando con la raza Aberdeen Angus, me asesoré con un veterinario, pero todo lo hacía a la par de la maderera”, relata Carlos. Durante largos años hizo solo invernada (engorde de animales) y luego empezó a incorporar toros para hacer también cría.
“Iba creciendo cada vez más, trataba de vivir con la plata que ganaba en la maderera y lo que sacaba del campo lo reinvertía todo, así fui creciendo de a poco hasta llegar al día de hoy que estoy arrendando campo porque con el mío no me alcanza para tener la hacienda”, cuenta.
Hoy tiene un rodeo general de 400 animales de raza Aberdeen Angus sobre 255 hectáreas de campo propio y 181 arrendadas. De las tierras propias, 120 hectáreas se usan para agricultura y el resto para cría y recría, abarcando 100 hectáreas de campo natural, 14 de pastura degradada, 11 de pradera consociada y 10 de alfalfa recién implantada. De la superficie alquilada, solo son aprovechables 141 hectáreas de monte y 41 de monte cerrado, donde se producen 120 terneros por año.
Los porcentajes de preñez están estabilizados en 93/94 por ciento pero se registró una caída en 2022 debido a la sequía. El destete, en tanto, se ubica entre el 84 y el 89 por ciento. Mientras que la producción en la cría alcanza los 130 kilos por hectárea y los 312 kilos en la recría.
Los objetivos de Carlos son “alcanzar un sistema de manejo simplificado, con flexibilidad para optar por el mejor momento de venta de los terneros producidos, mejorar el resultado de la cría con mayor cantidad de carne producida en el campo y a su vez, que este sistema permita una mejora continua”.
En la cría, el productor planea aumentar la carga a 1,5 vientres por hectárea, siempre manteniendo los índices de preñez y destete actuales. Para lograrlo, va a subdividir el campo natural, llevando agua a todas las parcelas a fin de hacer un manejo más eficiente del pastizal.
En la recría tienen varios desafíos: “Mejorar las pasturas del alfalfa degradada y las instalaciones de corrales y manga, e instalar un sistema de pesaje para tener un mayor bienestar animal y mejorar la producción, también obtener datos precisos a la hora de medir, algo que creemos indispensable para cualquier proceso de crecimiento”, sostiene Carlos.
El negocio
Para Carlos, que además de ser productor preside la Sociedad Rural de Nogoyá adherida a CRA (Confederaciones Rurales Argentinas), las dos medidas principales que tendría que tomar el Estado para solucionar los problemas de la producción agropecuaria e impulsar su crecimiento son: la unificación cambiaria y la libertad de mercados.
“Nosotros vendemos nuestra producción a un dólar de 250 pesos y compramos insumos a un dólar de 450 a 500 pesos -sin contar retenciones- eso es un perjuicio enorme para el productor, perdés la mitad de lo que producís, es una barbaridad”, reclama. “Ninguno de los gobiernos se da cuenta de que la clave para mantener los precios al consumidor es aumentar la producción, y eso no se logra con intervenciones en los mercados porque eso hace que disminuya, entonces, a largo plazo, empeora la situación”, argumenta.
“Cada vez que tenemos que hacer una inversión, a los niveles de ingresos que tenemos ahora, es dificilísimo, cuesta un montón reinvertir en el campo”, asegura Carlos.
Carlos Mihura apuesta a la mejora continua. Este año irá por la inseminación artificial para introducir genética de élite en su rodeo. Foto: IPCVA.
De todas maneras, él sigue apostando. “Un amigo siempre me decía: en el campo, todos los años tenés que hacer algo nuevo, invertir en algo, esa es la única forma de que en tres o cuatro años tengas una mejor producción. Y es cierto, y lo cumplí, todos los años hago algo un poco más grande o un poco más chico, pero no dejo de hacer alguna inversión nueva y eso me ayuda a hacer una mejor producción, a soportar mejor la sequía, a que mi empleado trabaje mejor”, explica Carlos. La mayor parte de sus inversiones son en infraestructura, pasturas, genética y manejo del agua. El año pasado, por caso, construyó un pozo semisurgente con un tanque elevado desde el que puede llevar agua a todo el campo. Además, en la zona de recría de terneros instaló una batea móvil que le permite suministrar agua en todas las parcelas.
“Eso beneficia porque los terneros caminan poco, bostean en la parcela y la fertilizan, y puedo hacer parcelas más chicas, de media hectárea 100 por 50 metros, que me permiten dejar mucho tiempo de descanso al resto de la pradera para que crezca el pasto”, detalla. En este momento, los terneros están sobre una parcela de 14 hectáreas con una alfalfa deteriorada, que ya tiene cuatro años y fue afectada por la sequía.
Sus próximas inversiones las canalizará hacia el monte. “En 2023 estoy tratando de hacer diez potreros de 10 hectáreas con alambre eléctrico y llevarle agua a cada uno, de modo que el pastoreo no sea continuo, que estén todas las vacas en un solo potrero y el resto descanse para mejorar el pasto, ahora tengo solo dos potreros”, cuenta Carlos.
A futuro, piensa crecer en vientres. Durante 2022 entoró 100 hembras entre septiembre y diciembre, y ahora sumará otras 27 vaquillas. Este año hará inseminación artificial a tiempo fijo en diciembre y luego repaso con toros sobre los vientres vacíos. Ya había incursionado con la técnica tiempo atrás durante tres años, pero debido a una crisis de crecimiento en la empresa, tuvo que dejar de hacerlo, pero lo retomará porque “el cambio es impresionante”, destaca Carlos.
Una pasión
“Mi mujer me dice: no inviertas tanto en el campo y vámonos de vacaciones, pero a mí me encanta y soy medio terco, así que sigo apostando. Como dicen de Maradona: el campo es un sentimiento. Yo lo mamé de chico y se lo transmití a mi hijo, me encantan las vacas, los caballos, los animales, trato de mantener las tradiciones, de ocuparme personalmente de los trabajos con la hacienda. El campo me encanta por eso invierto tanto, todo lo que puedo. Durante muchos años no me dediqué y lo añoré, por eso me impulso más. No lo cambio por nada. Yo voy a seguir en el campo pase lo que pase”, afirma Carlos.
Fuente: Clarín Rural