Le decían que estaba loco, pero hoy sus fertilizantes y huertas móviles son todo un éxito, y sobre todo entusiasman a los chicos.
Lo primero que aclara Carlos Carbonell de sí mismo es que es un hombre urbano. Y quizás justamente por tener una mirada ajena a la ruralidad es que empezó a ver todo lo enormemente valioso que tiene el campo (donde vive hace más de 30 años) y que muchas veces pasa inadvertido.
Carlos vive en Colón, Entre Ríos, en un establecimiento históricamente ganadero y donde hace unos años decidió construir unas cabañas para recibir turistas. Ahí se encontró con el problema de no tener electricidad, ni cloacas ni recolección de residuos. Entonces ideó un sistema para separar los desperdicios y reciclarlos y hoy se enorgullece de poder decir que son un establecimiento Basura Cero.
Pero la idea de “hacer algo útil” y a la vez cuidar el ambiente venía de antes. “Soy un hombre de ciudad que se encontró con un campo con problemas de suelo y empecé a buscar alternativas para poder fertilizarlo”, relata.
“En 2007, con mi camioneta, empecé a traer residuos de un aserradero para compostar y generar humus; los vecinos me decían que estaba loco, que iba a llenar el campo de hongos, pero justo unos aserraderos se ofrecieron a mandarme sus residuos, lo que me ahorraba tiempo y dinero, así que fue un gran empujón”.
Al poco tiempo este emprendedor ya había armado una pequeña zaranda chiquita y comenzó a vender el sustrato para plantines de huerta, Con el correr de los meses tenía cada vez más cantidad de sustrato y empezó a cobrarles a los aserraderos para, con ese dinero, alquilar una pala para mover esas grandes cantidades.
“Compostar residuos forestales no es sencillo, por ejemplo se necesitan 40.000 litros de agua por tonelada”, detalla Carbonell. “Por eso esto me llevó tiempo y mucha dedicación, ya que además de buscar todo lo referido al compost fui aprendiendo empíricamente, siempre pensando en la menor huella de carbono”.
“Hoy usamos residuos que antes contaminaban el ambiente, generaban humo y hasta provocaban accidentes en las rutas, además de ser biomasa potencial de incendio”, enfatiza. “Esos problemas ya no existen y junto con los aserraderos, de quienes tengo el apoyo, estamos trabajando para conseguir bonos de carbono y hemos logrados que se les reduzcan los impuestos por ser generadores de biocombustibles (chips que se usan para bioenergía)”.
En el medio de ese ir y venir y de generar cada vez más sustrato surgió la idea de las huertas móviles, que son bolsas en cuyo interior hay restos de aserradero compostado. Allí, de manera muy fácil (con un cuchillo de cocina) se siembran plantines, con la ventaja de que no hay que sacar yuyos y necesitan poco riego porque el sustrato ya tiene humedad y la mantiene.
“Las huertas móviles nacieron por la necesidad de tener alimentos saludables, con la menor inversión de dinero y tiempo; los materiales ideales serían bioplásticos pero usamos lo que hay disponible, como friselina y bolsas de polipropileno”, aclara al tiempo que destaca que desde el primer momento recibió apoyo de la agencia INTA de Colón y hasta el año pasado contó con fondos de fundación ArgenInta.
Apenas hubo creado las huertas móviles visitó varias escuelas (más de 30 hasta la fecha) donde los chicos recibían la propuesta con mucho entusiasmo y era una forma de proveer alimentos frescos de una manera simple y autogestionada.
“Es realmente muy sencillo producir alimentos, una persona sin herramientas ni experiencia puede cosechar parte de sus alimentos y de esta manera incrementar sus recursos, además Huerta móvil reduce al 20% los costos operativos y permite producir alimentos en cualquier lugar por inhóspitos que sea”, se entusiasma Carbonell. “Y ver a los gurises motivados, sembrando o reconociendo un plantín de cebolla, emociona”.
“Otra de las ventajas de este sustrato es que necesita menos riego y menos cantidad de lluvia, así que también lo vendemos a granel, por ejemplo a viñedos para desparramar alrededor de las plantas. Todo se fue generando por pensar y querer solucionar un problema como es la fertilización. Hoy estamos contentos porque hemos recibido reconocimiento y vemos que hay oportunidad de cambiar algo usando recursos despreciados, para mí es perfecto”, explica.
Ahora Carbonell va por más y presentó un proyecto para utilizar la biomasa y los residuos orgánicos de los municipios, pelletizarlos y usarlos en la siembra directa. Ya compró una peletizadora y, en la medida de sus posibilidades, está desarrollando la planta.
“Esto podrían hacerlos todos los municipios y vender fertilizantes por zona. La Argentina importa fertilizantes por 1.500 millones de dólares, así que los recursos están, y al mismo tiempo se ahorrarían los enormes costos de fletes, seguros, cargas y descargas”, reflexiona. “Vivimos en un país donde hay que realizar malabarismos para vivir… Pero hay muchas oportunidades para crecer y, además, la rentabilidad viene sola si uno hace las cosas bien”.
Fuente: Bichos de Campo