Trabajar y producir resultan cosas muy efectivas para una verdadera integración de los chicos: En la localidad santafesina de San Justo funciona un inédito Centro de Inclusión Laboral.

En la zona central de la provincia de Santa Fe, en la pujante localidad de San Justo, los jóvenes en situación de vulnerabilidad social o que sufren algún tipo de discapacidad tienen una chance de conseguir trabajo y por lo tanto mayor dignidad e integración social.

Trabajar y producir resultan cosas muy efectivas para una verdadera integración de los chicos: En la localidad santafesina de San Justo funciona un inédito Centro de Inclusión Laboral.

 Esta especie de nido de contención es el Centro de Inclusión Laboral  (CIL) promovido por la municipalidad de esa ciudad. Fue creado en 2016, forma parte del área de Desarrollo Social y cuenta con cuatro talleres para capacitar a los chicos en oficios como carpintería, decoración, cocina, huerta y vivero.

En este último taller, el de mayor interés para Bichos de Campo, el capacitador es Martin Friaz, quien desborda de orgullo mientras cuenta la historia de cómo pasaron de ser un simple vivero a convertirse en un espacio de inserción laboral para personas con discapacidad, consumo problemático u otra condición problemática.

“Yo estoy desde el comienzo y para mí es un honor y un privilegio enorme ser parte de este proyecto. Arrancamos el año 2011 haciendo una huerta, El Molino o el Molino Rojo, que era como se nos conocía en San Justo. Éramos un grupo chiquito de chicos con discapacidad que trabajábamos y hacíamos huertas solamente. Pero a partir del año 2016 pasamos a hacer un centro de inclusión”, contó Friaz a Bichos de Campo durante la última edición de la Exposición Rural de San Justo 

Convencido de que este centro es casi una exclusividad de San Justo, al ser gratuito y estatal, el docente destaca que durante los talleres los jóvenes asistentes tienen la oportunidad de hacer terapias e ir trabajando sus problemáticas. Y al mismo tiempo van generando ingresos a partir de lo que producen. Con una parte de los ingresos generados por estos emprendimientos se obtiene dinero como para abonar un salario a cada chico. Pero además se reserva una cantidad para la compra de insumos necesarios en cada actividad.

“Ofrecemos todo lo que hacemos en los talleres de huerta, carpintería, cocina y decoración. Es decir que todo lo producimos sale a la venta. Nosotros cada 15 días tenemos un espacio en la feria de la plaza central de San Justo y vendemos ahí. Y si no, está nuestro espacio físico de Remedios de Escalada de San Martín al 1500, Barrio San Juan. Ahí estamos de lunes a viernes a la mañana”, explicó. 

-¿Los chicos que asisten vienen por voluntad propia o a través de programas escolares o por  vinculación con otras instituciones?

-Muchas veces tenemos vinculación con algunas instituciónes en la ciudad, tanto de escuelas especiales o por ahí del centro de salud mental. Entonces nosotros mismos lo moldeamos un poquito, le creamos hábitos, no solamente de horario, sino también de la medicación. Tratamos de hacer acompañamiento, en los casos de consumo problemático y se les brinda herramientas al chico que consume y a los familiares. No somos un lugar de internación, pero sí hacemos intervenciones con distintas instituciones.

Prosiguió diciendo: “Tratamos de incluir y de estar acompañando el proceso tanto de discapacidad, en consumo problemático, vulnerabilidad social o el área que sea. Tratamos de acompañar y de lograr con éxito el proceso de inserción de los chicos”.

 

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-¿En la huerta hacen plantines o directamente verduras para la venta?

En la huerta hacemos desde el plantín hasta la cosecha. Se hacen en bandejas y una vez que los plantines alcanzan el tamaño para trasplante lo volcamos a tierra. Para eso tenemos un espacio bastante importante. Nuestro predio total, tiene 50 metros de ancho por 2,40 de largo. Dentro de eso tenemos los cuatro talleres y un espacio para la huerta. Ahora agregamos frutales también para que lo que se produce, después los chicos en la cocina puedan realizar dulces o hacer lo que se pueda con lo que se cosecha.

Aunque los chicos tienen la posibilidad de elegir el taller en el que se sienten más a gusto, Friaz asegura que el de huerta le atrae a muchos. “Ellos se copan en todos los talleres. Por eso, tratamos siempre de buscar el lugar donde el chico se sienta más cómodo. Pero a ellos le gusta mucho poner la semillita una por una en la celdita. Después verlas crecer, y yo le voy mostrando el crecimiento también y se que se sientan contentos de lo que de lo que fueron logrando”, concluyó. 

Fuente: Bichos de Campo

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