De ordeñar en la calle a jurar en Palermo la inspiradora historia del uruguayo que llegó con un mate bajo el brazo y se hizo grande en la lechería argentina
A los ocho años ya sabía lo que era el trabajo duro. Ordeñaba vacas a mano en la calle y repartía leche en su pueblo. Con lo que le sobraba, hacía queso y lo vendía. Esa imagen de Leonardo García, un niño uruguayo con vocación tambera, fue el inicio de una historia de vida atravesada por el sacrificio, la pasión por las vacas lecheras y una inquebrantable voluntad de trabajo.

Hoy, con 50 años, García es jurado oficial de la Asociación Criadores de Holando Argentino (ACHA) y una figura de referencia en el sector lechero. Su entusiasmo es evidente: luego de cinco años de ausencia, la raza Holando vuelve a pisar la pista central de la Exposición Rural de Palermo. Será el próximo viernes 25, desde las 10, cuando las vacas overas regresen con fuerza a la sección 3 de la arena palermitana, marcando un momento largamente esperado por criadores y apasionados de la genética lechera.
“Soy del departamento de San José, una cuenca lechera muy importante en Uruguay. Mi abuelo tenía un pequeño tambo. Desde los dos años andaba con él”, recuerda a LA NACION.
Pero, cuando sus abuelos dejaron el tambo para mudarse al pueblo, el todavía pequeño no abandonó la actividad. “Seguí ordeñando mis vaquitas en la calle. Tenía un lugar donde las dejaba de noche, ordeñaba a mano y repartía la leche. Eso lo hice hasta los 14 años”, cuenta con naturalidad.
El punto de quiebre llegó cuando un amigo le hizo una propuesta que le cambiaría la vida: trabajar en un tambo en Punta del Este. “Estaba en segundo año de secundaria y le dije a mi papá que me iba. Se quería morir. Dejé los estudios y me fui a Lapataia a los 14 años”, dice. Allí, además de iniciar su carrera como tambero, conoció a su primera mujer, con quien tuvo dos hijos.
Pero había algo que siempre lo atraía: la Argentina. “Me encantaba. Un día un amigo, Julio Carrere, representante de una empresa de inseminación, me recomendó y me vine con mi bolso y, el mate y el termo bajo el brazo a Retiro. De ahí, a Capitán Sarmiento, a la estancia La Elisa, en Ciale. Tenía 18 años”, rememora.
En La Elisa fue parquero y cabañero. Su dedicación pronto llamó la atención. A los 19 años, ya pisaba la pista de Palermo con animales. “Después me vino a buscar Flavio Mastellone para trabajar en Los Toldos. Estuve dos años, hasta que llegó quien marcaría mi carrera: Alejandro Giúdice”, señala.
Giúdice le ofreció un proyecto en Vicente Casares. “Era Campazú. Me dijo que tenía algo lindo para mí, fui a ver y me quedé. Ahí empezó todo”, afirma. Desde 1996, García estuvo al frente de la cabaña durante 13 años. “Campazú fue mi mejor etapa. Ahí aprendí a trabajar, a querer las vacas. Me mandaron a capacitar a Estados Unidos en 1997 y cuando volví fue una bisagra. Cambiamos todo: alimentación, manejo, genética. Y los resultados llegaron”.
Bajo su gestión, Campazú dominó la pista de Palermo durante una década: más de 20 vacas calificadas excelentes, siete veces Gran Campeón Macho, dos veces Gran Campeona Hembra, cinco veces Reservada Gran Campeona y tres Campeonas Vaca Joven. “Marcamos un antes y un después. Aprendí muchísimo y siempre lo voy a agradecer”, dice.
Ese reconocimiento lo posicionó como referente. “Me hice conocido como persona y como cabañero. Después me fui, porque quería seguir con lo que me gustaba: la genética”, explica. Así llegó a Venado Tuerto, donde trabajó en un centro de inseminación durante seis años, hasta que ProduGene lo convocó como asesor en genética lechera, función que desempeña hace más de ocho años. Representa a la empresa norteamericano ST Genetics y atiende más de 70 tambos en Buenos Aires.
También es jurado internacional de Holando desde 2006. Juró en Uruguay, Perú, Paraguay y en las principales exposiciones de la Argentina. Sin embargo, este año Palermo lo encontró en un rol especial: fue elegido nuevamente jurado en la muestra rural. “Es un orgullo enorme. Palermo es una vidriera. Que me elijan para jurar acá, después de tantos años, es una satisfacción inmensa”, confiesa emocionado.
Hoy vive en Vicente Casares, donde se instaló hace más de dos décadas. “Es la cuna de la lechería. Me encanta ese lugar. Y la Argentina me abrió las puertas. Me acogió, me respetan. Soy uno más. Estoy súper agradecido”, enfatiza.
De su presente, responde sin rodeos: “Yo lo único que sé es trabajar, trabajar y trabajar. Me levanto todos los días y pienso qué puedo hacer para mejorar”. Esa filosofía lo convirtió en referente, pero también en un hombre querido. “Soy amigo del 70% de mis clientes porque hago todo con pasión. Recomiendo qué genética usar, cómo manejar los rodeos. Lo mío es vocación”.
Pese a sus raíces orientales, hoy solo vuelve a Uruguay de vacaciones. “La vida me llevó por otro camino. Amo lo que hago, amo la Argentina y cómo me tratan”, dice.
Con una historia marcada por la constancia, la humildad y el amor por el trabajo, a más de tres décadas de aquella partida con un bolso y su mate y termo, García se consolidó como uno de los referentes más respetados de la genética lechera.
Fuente: Diario La Nación