El año en que el campo no podrá ayudar a salir de la crisis y el factor que abre una esperanza.

Un año electoralista con visión cortoplacista y medidas que no apuntan a mejorar la economía. La macro nos muestra indicadores alarmantes, con el agravante de la feroz sequía y haber enfrentado las heladas tardías más complejas de la historia, ya que se combina con la crisis económica, financiera, social y ambiental sin antecedentes. A pesar que muchos la quieren comparar con otras pasadas, esta supera a todas.

El año en que el campo no podrá ayudar a salir de la crisis y el factor que abre una esperanza.

El ajuste real de la economía anunciado fue insuficiente, la inflación continúa con fuerza, la pobreza crece, la competitividad se agota, la deuda externa e interna no se puede honrar, los números hablan por sí solos.

El complejo agroindustrial a lo largo de la historia siempre ayudó a salir de las reiteradas crisis, pero este año no lo podrá hacer. La caída de ingresos de divisas superará los 20.000 millones de dólares teniendo en cuenta todas las cadenas productivas, a lo largo y ancho del territorio nacional. Esta disminución impactará en una menor recaudación fiscal con pérdidas que superarán que los 7000 millones de dólares, teniendo en cuenta diversos impuestos.

Otro efecto adverso no deseado de la sequía será que este año la balanza comercial tenderá a ser deficitaria. El año pasado tuvimos un superávit de alrededor de 7000 millones de dólares y faltarán 20.000 millones, que difícilmente puedan generarlos otros sectores exportadores, a pesar del impulso del energético.

Esto significa menos dólares y lamentablemente la única medida que se implementará es restringir más aún las importaciones, lo que profundizará la pérdida de actividad económica, menos competencia, menor cantidad de insumos estratégicos, menos empleos, mayores costos y mayor conflictividad gremial.

Los US$20.000 millones menos de ingresos equivale a cerca de 7 años de ventas de fitosanitarios en todo el país y supera al 3% del producto bruto interno, una caída relevante que profundizará la crisis que afrontamos.

Para dar un ejemplo, tendremos 1.600.000 menos de viajes de camión, por la caída de la producción, lo que significa 270.000 millones de pesos como menores ingresos para el transporte y con ello menor demanda de combustible, neumáticos, lubricantes, repuestos y servicios en las rutas.

Impacto

Por otra parte, las fábricas oleaginosas que producen aceite, harinas, pellets y biocombustibles tendrán capacidad ociosa, en consecuencia, habrá que ampliar la importación temporaria para paliar esta situación, similares situaciones atraviesan los molinos entre otras industrias. Además, los puertos tendrán menos actividad y así sucesivamente todos los eslabones de las cadenas agroindustriales. Si duda que la actividad económica de los pueblos se verá fuertemente afectada, los productores se nutren el 70% de sus insumos en los pueblos cercanos.

Ni hablar de los quebrantos de los productores y sus proveedores de insumos que a través del financiaciones específicas y planes canjes esperaban cobrar. En esta campaña de granos se invirtieron alrededor de 18.000 millones de dólares y si tomamos todas las actividades agropecuarias con todas las economías regionales, y las carnes entre otras, la inversión del agro superó los 42.000 millones de dólares, durante el 2022.

La capacidad de acción del Estado nacional, los provinciales y municipales es escasa o casi nula. Cualquier país razonable reduciría la presión fiscal, tendría un tipo de cambio unificado e impulsaría líneas crediticias con tasas muy convenientes.

Pero los hechos que se observan van en sentido contrario, gravando con mayor costo de los créditos a los productores de soja y creando nuevos dólares como el Malbec, entre otros que se les pueda ocurrir, que aumenten las distorsiones en los mercados internos y externos.

Pareciera que la única visión de mediano plazo es trasladar deuda pública y privada al próximo gobierno y continuar con un gasto público exacerbado, con baja eficiencia y eficacia, e imponer mayores restricciones para exportar. Ir en definitiva en contra de la naturaleza para la recuperación.

Ante este escenario, los empresarios rurales deberemos realizar una ingeniería financiera y planificación de alta precisión, para sobrevivir hasta que aclare el horizonte climático, político y económico. Brindarle mayor sustentabilidad a nuestra empresa con escasos o nulo recurso es un desafío de gran magnitud. Consideremos que miles de productores deberán saldar las deudas de la campaña 2022/23 y al mismo tiempo obtener capital de trabajo para impulsar la nueva campaña.

La esperanza es lo único que no se pierde y la fortaleza de nuestros empresarios rurales es descomunal. Ellos se han convertido en los mejores productores del mundo, por ello nos damos el lujo de animarmos a soñar con un futuro mejor. Entre todos los integrantes de las cadenas productivas podremos lograrlo.

El autor es consultor en agronegocios y socio de SolarLink Argentina

Fuente: Ernesto Ambrosetti – Diario La Nación

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